La Competitividad
Argentina no Depende
solo del Tipo de Cambio
José Eduardo Jorge
La verdadera riqueza de una nación está en su capital humano, social y cultural. Las naciones competitivas exportan su conocimiento y su talento y pagan salarios altos
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De la Primera Época de Cambio Cultural: 21 de diciembre de 2001
Ensayo publicado en el contexto de la crisis política, económica y social que estalló en diciembre de 2001. Formó parte de los análisis, investigaciones y debates con los que Cambio Cultural buscó contribuir a la interpretación y propuestas de solución de la crisis más profunda que haya experimentado la Argentina. [1]
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La Tierra Predestinada era el título de un artículo firmado por Enrique Larreta, en la portada de un voluminoso suplemento especial de La Nación del 22 de mayo de 1960, editado en conmemoración del sesquicentenario de la Revolución de 1810. Decía el escritor:
«Fácil es predecir que en un futuro muy próximo la Argentina será uno de los países más ricos y prósperos del mundo moderno. En cuanto a nuestras vastas praderas que no tienen su igual en ningún otro país, no tardarán en acrecentar grandemente su producción y quién sabe si las nuevas fuerzas atómicas no consiguen levantar fácilmente, económicamente, el agua de nuestros ríos y convertir a nuestra Mesopotamia en la huerta de América. ¿La Argentina abastecedora y auxiliadora de otras naciones, como lo es ahora la República del Norte? ¿Quimera? ¿Delirio?… Realidad histórica que tenía que ser y que no tardará mucho en cumplirse».
Cuarenta años después, el pronóstico de Larreta no se ha hecho realidad. ¿Tenía fundamentos sólidos? En el mismo artículo, el escritor reflexionaba sobre las tribulaciones económicas que habían conducido a la pérdida de valor del peso frente al dólar y la libra, a los «denuestos políticos» del momento, al hecho de que el país no había logrado nada parecido a lo que ya se conocía como «el milagro alemán»…
Pero su optimismo residía en «la propia tierra, la tierra misma salvándolo todo con sus entrañas… Su sangre mineral ha de promover la nueva vida, la nueva grandeza».
Nada de eso ha ocurrido. Las ricas praderas, los recursos minerales, no han sido suficientes. Peor aún, la Argentina se debate para no caer en la ruina.
Historia de la decadencia
Al referirse profusamente a nuestro naufragio económico, los medios de comunicación de todo el mundo no dejaron de apuntar que la Argentina fue, a principios del siglo XX, uno de los países más ricos del globo. En pocas líneas los diarios y agencias de noticias del exterior reseñaron su larga decadencia, atribuyéndola generalmente a malos gobiernos.
Entre los muchos comentarios se destacaron los del secretario del Tesoro estadounidense, Paul O’Neill, cuando desde The Economist disparó a fines de julio de 2002 que a) la Argentina ha tenido problemas económicos durante los últimos setenta años; b) no cuenta con ninguna industria exportadora que valga la pena; c) nadie nos ha obligado a ser lo que somos; d) así es como nos gusta.
Hubo reacciones de indignación. Quienes siempre creen que el culpable es Otro alzaron el argumento de los subsidios y las trabas proteccionistas aplicadas por los países desarrollados, que anulan artificialmente las ventajas comparativas de nuestros productos primarios. Si bien no les falta un poco de razón, es probable que O’Neill, un ejecutivo formado en el ambiente de la industria pesada, piense lo que se desprende de sus palabras: que nuestras carnes y granos no son una producción exportadora «que valga la pena».
Claro que esta afirmación es injusta para la gente del campo, que en los noventa fue protagonista de una revolución productiva y tecnológica. Pero incluso entre nosotros ya nadie se ilusiona, como sí ocurría en épocas de Larreta, con que la Argentina pueda ser un país rico vendiendo exclusivamente commodities.
Sin embargo, las políticas de desarrollo industrial basadas en la intervención del Estado y el proteccionismo tienen entre nosotros antecedentes muy pobres, que contrastan con su éxito notable en el Sudeste Asiático, al que convirtieron en la región económica más dinámica del planeta. ¿Por qué esa diferencia? En otra nota hemos sugerido que se explica, al menos en parte, por los distintos contextos socioculturales.
En cuanto a las reformas de mercado de los noventa, atrajeron por un tiempo la inversión extranjera, lo que nos ha dejado una infraestructura moderna pero también las ineficiencias de los monopolios privados. Pocas empresas locales pudieron confrontar el desafío de la alta competencia. Las más importantes emigraron a Wall Street, dejando para la Bolsa local volúmenes irrisorios. El resto es historia reciente, bien conocida. La deuda pública creció en forma desorbitada, pero no las exportaciones. Las recurrentes tormentas financieras internacionales nos golpearon una tras otra. La recesión se hizo crónica.
La Argentina, como dijo Fernando Henrique Cardoso, hizo todo (o casi todo) lo que le habían pedido los sabios de Washington. Pero el Consenso de Washington ha sido puesto en revisión. El Banco Mundial promueve hoy objetivos más amplios de desarrollo y John Williamson concluye que las reformas que se hicieron son «necesarias pero no suficientes» (ver enlaces recomendados).
Nuestro país es además un caso especial debido a la larga vigencia del régimen de convertibilidad monetaria. Todas las discusiones giraron durante mucho tiempo en torno a la evidente sobrevaluación del tipo de cambio y los posibles remedios, principalmente la devaluación o la deflación. Pero esto no debería oscurecer el debate de fondo.
Ventajas comparativas y competitivas
¿Le alcanza a la Argentina con tener un mejor tipo de cambio, es decir, con bajar sus costos en dólares, para ser competitiva? Aún más: esta política ¿no significa reconocer su falta de competitividad? El costo laboral de un trabajador alemán, por ejemplo, es muy superior al de un argentino. Claro, la productividad no es la misma. Ni la calidad de los productos. Ni el precio que los alemanes pueden cobrar por esos productos en el mercado internacional. El «milagro alemán» del que ya hablaba Larreta no se hizo devaluando ni confiando exclusivamente en los recursos naturales (que Alemania no tiene).
La discusión sobre la competitividad se parece a la del «modelo» económico, en el sentido de que muchos usan la misma palabra para referirse a cosas distintas. En la Argentina aún se sigue pensando casi exclusivamente en términos de tipo de cambio, o del antiguo concepto ricardiano de ventajas comparativas. Todas cosas fáciles de imitar y, por lo tanto, imposibles de sostener en el largo plazo.
Un empresario y funcionario colombiano acuñó esta frase ingeniosa: «Devaluar la moneda es como fumar droga. Usted no tiene que hacer nada y es feliz». [2] Se refería, claro está, a la práctica de las devaluaciones competitivas.
En cuanto a las ventajas comparativas, el principal estudioso de la competitividad, Michael Porter, las considera ventajas «de orden inferior»: recursos naturales, ubicación geográfica, mano de obra barata. La competitividad sostenible a largo plazo se apoya en ventajas creadas por el hombre, no en las heredadas de la naturaleza. [3] Es la diferencia entre el «milagro alemán» y el «fracaso argentino».
Las capacidades humanas de una sociedad, individuales y colectivas, como la creatividad, la investigación, la cooperación, el esfuerzo sistemático, se traducen en productos y servicios diferenciados, de alta calidad, que son vendidos a buenos precios y permiten pagar salarios elevados. La competitividad se transforma en crecientes niveles de vida.
No se trata entonces de bajar salarios, en forma nominal o a través de devaluaciones. La competitividad tampoco es un don de la naturaleza ni surge de una política aislada. No hay solución mágica. Se logra con el talento, el conocimiento, el trabajo duro y coordinado en muchos frentes simultáneos: en el gobierno, las empresas, las universidades…
En una nación de desarrollo intermedio, como la Argentina, este trabajo forma parte de un proyecto de país, que debería ser, como hemos intentado mostrar en otro artículo, la misión de su dirigencia. Pero Larreta ya había observado en 1960 que mientras en Alemania «se ha contado con la colaboración unánime de ciudadanos de muy avanzada cultura y de un patriotismo heroico, aquí se ha tenido que luchar con los que tratan por todos los medios de malograr nuestro resurgimiento».
Comparaciones internacionales
Se hacen constantes esfuerzos por comprender los factores que subyacen a la competitividad de un país, no ya exclusivamente a la de algunas de sus industrias específicas. Este trabajo ha conducido a la construcción de índices que permiten efectuar comparaciones internacionales. Aunque difieren en el detalle, los fundamentos teóricos de las distintas mediciones coinciden en un punto: la competitividad de un país incluye un amplio conjunto de aspectos microeconómicos, macroeconómicos, institucionales, culturales y tecnológicos.
En el Informe de Competitividad Global del World Economic Forum del año 2001, la Argentina se ubicaba, entre 75 países, en el puesto 49° del Indice de Competitividad para el Crecimiento (GCI), que mide el potencial para el aumento del producto bruto interno a mediano plazo.
El GCI resume los resultados de tres subíndices: a) Ambiente macroeconómico, en el que nuestro país se ubica un poco más alto en el ránking, en el puesto 40°; b) Tecnología, donde descendemos al lugar 48°; c) Instituciones públicas, en el que la Argentina se precipita a la 55° ubicación.
En forma paralela al GCI el informe incluye el Indice de Competitividad Actual (CCI), que refleja los fundamentals microeconómicos que definen el nivel de productividad actual de un país, y en el que la Argentina está en una posición aun más baja, la 53°. Hay dos subíndices: a) Operaciones y estrategias de las empresas (puesto 53°) y b) Calidad del ambiente nacional de negocios (51°).
El sumario ejecutivo del Informe de Competitividad Global se ocupa un par de veces de la Argentina. Considerando tres estadios de desarrollo (impulsado sucesivamente por los factores de la producción, la inversión y, finalmente, la innovación), nuestro país ha quedado «atrapado en la fase temprana» del segundo.
En su estadio intermedio impulsado por la inversión, la Argentina se ve obligada a competir en base a precios. El problema, señala el Informe, es que «su tipo de cambio sobrevaluado y la falta de sofisticación tecnológica y de capacidad de innovación científica se están combinando para mantener la economía en crisis». [4] Hecho paradójico en un país que exporta científicos de primer nivel mundial. El desafío es «moverse hacia una economía impulsada por la innovación», para lo cual es necesario que las empresas adopten nuevos tipos de estrategias, cambiar las prioridades de inversión, incrementar la importancia de la educación superior y modificar el rol económico del gobierno.
Los resultados del Indice de Competitividad Actual que, como apuntábamos, está centrado en la microeconomía, sugieren a los investigadores que la Argentina, así como Rusia, Eslovenia y Grecia, no podrán sostener sus niveles de ingreso per cápita «sin una reforma microeconómica sustancial».
Esta reforma «debe ir más allá de reducir el papel del gobierno y abolir las distorsiones del mercado. El gobierno tiene también un conjunto de roles que son fundamentales para la prosperidad: invertir en recursos humanos especializados, construir capacidad innovativa, facilitar el desarrollo de conglomerados de empresas y estimular una demanda avanzada mediante estándares regulatorios».
Sigue: Factores culturales de la competitividad
La visión actual del autor:
Cultura Política y Democracia en Argentina
José Eduardo Jorge (2001):
«La competitividad argentina no depende solo del tipo de cambio»
Cambio Cultural, Buenos Aires, 21 de diciembre.
Artículo Original en Internet Archive
Cambio Cultural
Cultura Política Argentina
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NOTAS
[1] Una versión completa de este ensayo fue reproducida en forma impresa por la revista especializada Informe Ganadero: Jorge, José Eduardo (2003): “La competitividad argentina no depende solo del tipo de cambio”, Informe Ganadero, Año 22, Nº 558, Buenos Aires, 22 de Agosto, pp. 8-22 Un extracto del artículo fue publicado en el semanario especializado El Economista: Jorge, José Eduardo (2002): “La competitividad del país no depende solo del tipo de cambio”, El Economista, Año LI, Nº 2.683, Buenos Aires, 12 de Abril, p. 14.
[2] Michael Fairbanks y Stace Lindsay. Plowing the sea. Nurturing the hidden sources in the developing world (Boston: Harvard Business School Press, 1997), p. 104. Los autores indican que «hemos observado que las firmas, sectores y naciones que compiten sobre la base de una moneda devaluada tienen la tendencia de subinvertir en el desarrollo de sus recursos humanos. Desafortunadamente, la inversión en recursos humanos es la única inversión que tiene realmente el potencial de generar infinitos retornos por medio del aumento de la productividad”.
[3] Michael E. Porter, La ventaja competitiva de las naciones (Buenos Aires: Vergara, 1993). Para este autor, la competitividad está determinada por la productividad, definida como el valor del producto generado por una unidad de trabajo o de capital. La productividad es función de la calidad de los productos (de la que a su vez depende el precio) y de la eficiencia productiva (p. 28) Por otro lado, la competitividad se presenta en industrias específicas y no en todos los sectores de un país. En general se trata de agrupamientos de empresas, que compiten intensamente entre sí en el mercado local e innovan de modo permanente. Las empresas son incentivadas a comportarse de este modo cuando se dan ciertas condiciones del entorno que Porter clasifica en cuatro grupos: dotación de factores de la producción; características de la demanda local; industrias relacionadas y de apoyo; estrategia, estructura y rivalidad de la empresa. La abundancia de factores puede socavar, en lugar de facilitar, la ventaja competitiva. Al contrario, ésta suele estar asociada a una escasez selectiva de factores (como mano de obra o materias primas) que genera presiones para innovar.
[4] Esta y las siguientes citas corresponden al Global Competitiveness Report, Executive Summary del año 2001 (las traducciones en los entrecomillados son nuestras). El informe es producido por el World Economic Forum en sociedad con la Universidad de Harvard, y es co-dirigido por Michael E. Porter y Jeffrey D. Sachs. Ver también World Economic Forum Press Release, Finland ranks first on the Global Competitiveness Report 2001 launched today by the World Economic Forum, Geneva, Switzerland, 18 October 2001..