Capital Social e Instituciones

Sociedad civil y calidad
de la democracia

Cultura PolíticaJosé Eduardo Jorge

La Teoría de Robert D. Putnam V. Conclusiones sobre el estudio en Italia. Las críticas de Tarrow y Skocpol. Posibles interacciones entre la sociedad civil y la dimensión política e institucional. La causalidad en el corto y el largo plazo. Reseña del desarrollo posterior de la teoría. Ir a la Parte 1: La Teoría de Robert Putnam

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No sorprende que un trabajo de la envergadura del realizado por Robert Putnam, que desafía tantas explicaciones convencionales, haya causado sensación y, al mismo tiempo, fuera sometido a un intenso escrutinio para identificar sus puntos débiles.

De la reseña histórica, uno de los aspectos objetados es su tratamiento del largo y tumultuoso periodo posterior a los comienzos del Siglo XIV, que, a pesar de extenderse alrededor de seis centurias, no recibe un análisis detallado.

Observaciones críticas: Tarrow y Skocpol

Tarrow, por ejemplo, se pregunta por qué Putnam busca la fuente de la superioridad cívica del Norte en la Edad Media tardía, en lugar de haberse enfocado en el colapso de la región a manos de las potencias europeas durante el Siglo XVI, o en la persistencia del estatus “semicolonial” del Sur luego de la unificación italiana en el Siglo XIX, o en el ascenso del fascismo en el Norte en los primeros años veinte o en la extendida corrupción de los ochenta en la misma región.

La explicación alternativa que ofrece Tarrow a los hallazgos de Putnam es que la capacidad cívica es un producto de factores estructurales, entre ellos la actividad política y estatal.[1] Afirma que la densidad asociativa y el mejor desempeño institucional del Norte se explican por una estrategia deliberada aplicada en esa región por los partidos socialista y católico desde fines del Siglo XIX.

Esa estrategia consistió en movilizar al electorado mediante organizaciones de masas y asociaciones sociales y recreativas;  después de la Segunda Guerra Mundial, la competencia cívica habría sido desarrollada en ambos tipos de organización de manera intencional, “como un símbolo de la capacidad de gobierno de los partidos progresistas”.

Otra causa de las divergentes capacidades cívicas es, para este autor, el modelo de intervención del Estado en ambas regiones. En su versión, el Sur fue gobernado por poderes extranjeros y con un criterio de explotación colonial desde el medioevo hasta el Siglo XIX, y siguió sometido a una lógica de centro-periferia luego de la unificación del país. Aún tras la Segunda Guerra, el Estado continuó interviniendo en la región con iniciativas “extraordinarias”.

El error de Putnam, según Tarrow, reside en su modelo causal “de abajo hacia arriba”, que concibe la capacidad cívica como “el suelo natural del que brotan las estructuras del Estado, en lugar de verla como algo que es conformado por el desarrollo y las estrategias del Estado”. [2]

En forma parecida, Skocpol desafía la visión aceptada sobre el desarrollo de las asociaciones voluntarias en Estados Unidos, que incluye el supuesto de que la vida asociativa en esa nación se movió “desde lo pequeño, local e informal, hacia lo grande, nacional y burocrático”.

Afirma que, desde los orígenes del país, “las instituciones democráticas, políticas y gubernamentales, fomentaron la proliferación de grupos voluntarios vinculados a movimientos sociales de carácter regional o nacional. En forma creciente, los grupos fueron ligados a redes de organizaciones translocales, que eran paralelas a la estructura local-estatal-nacional del Estado norteamericano”.[3]

Conclusiones sobre Making Democracy Work

Nuestra propia interpretación de la relación que plantea el trabajo de Putnam entre la capacidad cívica –o el capital social- y la esfera institucional, difiere de la lectura que hacen autores como Tarrow. Esta cuestión es fundamental, no sólo por razones teóricas, sino además porque el modo como se concibe ese vínculo da lugar a distintas prescripciones de política.

Nos parece que del estudio sobre las regiones italianas no se desprende una relación de causalidad lineal entre capital social e instituciones, sino que la naturaleza de esa relación depende de la escala de tiempo que adopta el análisis.

El trabajo –como lo dice el mismo Putnam en su correspondencia con Tarrow, citada por éste en las notas al pie de su artículo- no ignora la influencia del Estado y de las instituciones políticas en general. Cuando se considera el largo plazo, la instauración del Reino de los Normandos, con su modelo autocrático y centralizado, resultó determinante para forjar las características cívicas de la sociedad del Sur de Italia.

¿Pero en cuánto tiempo? Putnam aborda este punto al final del libro. Si se fechara la creación de la monarquía normanda y de las ciudades-estado en el año 1100, “parece muy improbable que la realización de sondeos entre los nobles, campesinos y aldeanos del año 1120 hubiera detectado los estadios iniciales de la división Norte-Sur. Dos décadas son tiempo suficiente para detectar el impacto de la reforma institucional sobre el comportamiento político, pero no para trazar sus efectos sobre las pautas más profundas de la cultura y la estructura social”.[4] Era lo que ocurría, al cabo de 20 años, con el impacto de los gobiernos regionales creados en 1970.

El estudio sugiere que la relación entre instituciones y cultura, igual que entre economía y cultura, es dialéctica en el largo plazo. ¿Qué ocurre, entonces, si nuestro análisis se enfoca en un periodo breve de tiempo? Nos parece que una lectura correcta es que entre instituciones y civismo sigue habiendo, en el corto plazo, influencia recíproca, pero que la flecha que va del civismo a las instituciones es más fuerte que la orientada en dirección opuesta. El contexto social de las regiones del Sur imprimió un carácter definido a sus nuevos gobiernos regionales, pero éstos, entre otras cosas, modificaron en alguna medida la cultura de su dirigencia política.

Este complejo problema se mezcla frecuentemente con el debate político, dando lugar a más de un malentendido. Aunque una parte de la derecha defiende exclusivamente al mercado como principio organizador de la sociedad, otro sector desea achicar el Estado transfiriendo algunas de sus funciones a las asociaciones civiles. La izquierda busca fortalecer las asociaciones de base para impulsar el cambio “desde abajo”. Otros, finalmente, quieren implementar políticas progresistas articulando al Estado con las asociaciones civiles.[5]

Cuando se trata de promover cambios que tiendan a la consolidación de la democracia, sería imprudente proponer recetas únicas. La idea, que no pocos defienden, de que en lugar de construir capacidad cívica habría que atacar los “problemas estructurales”, quizás tenga una apariencia razonable a primera vista.

Lamentablemente, en la mayoría de las nuevas democracias, el encargado de abordar esos problemas por medio de sus políticas –es decir, el Estado- tiene normalmente escaso interés en hacerlo, es extremadamente ineficiente e ineficaz, o está plagado de corrupción (y, generalmente, sufre todos estos males a la vez).

De modo que un nudo de la cuestión es cómo desarrollar capacidad estatal y un sistema político sensible a las preferencias de los ciudadanos. Aunque hay una variedad de estrategias para avanzar en esa dirección, la que se basa en la promoción del civismo parece ser una de las más relevantes.

Coincidimos, pues, con la línea final del libro de Putnam: “Construir capital social no será fácil, pero es la clave para hacer funcionar la democracia”.[6]

Desarrollos posteriores: Bowling Alone 

Luego de la difusión de su investigación en Italia, Putnam volvió sobre el concepto de capital social en Bowling Alone. En este libro –que había sido precedido por un artículo del mismo nombre[7]-, sostuvo que la participación en asociaciones voluntarias y otras formas de capital social de Estados Unidos estaban en declinación desde hacía veinticinco años, y respaldó su argumento con una amplia evidencia empírica.

El principal factor que identificó para explicar ese deterioro de la vida cívica fue el recambio generacional: los grupos jóvenes estaban menos comprometidos que sus mayores en la vida comunitaria. La segunda causa más importante era, en su opinión, la difusión de la televisión, que, al privatizar el tiempo de ocio, reemplazaba actividades fuera del hogar y reducía, de ese modo, la conectividad social.

Otros factores eran el aumento de las presiones laborales –que involucraban también a la mujer desde su incorporación al mercado de trabajo- y el incremento de la movilidad residencial, con la extensión de las ciudades hacia los suburbios.

En este texto, Putnam refinó el concepto de capital social. Distinguió entre capital social “de lazo” (bonding), representado por los grupos integrados por personas con características similares –amigos y compañeros de trabajo, por ejemplo-, y capital social “puente” (bridging), que surge de las conexiones entre individuos y grupos heterogéneos de la sociedad.

De los vínculos de lazo nace una confianza “densa”; de las relaciones puente, una confianza lábil; ésta, sin embargo, es la más relevante para la acción colectiva. En algunos casos, los grupos homogéneos pueden volverse cerrados y dar lugar a una forma de capital social “negativo”, cuando la confianza interna tiene como correlato una intensa desconfianza hacia fuera.

Todo el enfoque sobre la confianza de Putnam, como veremos posteriormente, es motivo de intenso debate. La confianza parece tener una multiplicidad de causas, mientras que Putnam la vincula fundamentalmente a la participación en asociaciones voluntarias y otras formas de interacción social.

Desde su punto de vista, una variedad de actividades –incluso algunas aparentemente triviales- son ocasión para incrementar el capital social: asistir a las reuniones municipales, votar, ayudar a alguien de otra raza, participar en campañas políticas, convertirse en bombero voluntario, dar a los empleados horas de trabajo para participar en proyectos civiles, cantar en un coro, auxiliar a un conductor para cambiar una rueda, jugar a las cartas con amigos o vecinos, mirar menos televisión, participar en una liga deportiva, asistir a fiestas hogareñas, almorzar con los compañeros de trabajo y otras similares.

En fecha reciente, Putnam ha vuelto su atención al tema de la diversidad y al fenómeno de la inmigración. Halló que los barrios heterogéneos desde el punto de vista étnico están sufriendo hoy bajos niveles de confianza y cooperación, pero advierte que en el largo plazo las sociedades han logrado superar esta situación creando formas cruzadas de solidaridad e identidades más abarcadoras.[8]

Sigue: Confianza Interpersonal: Teorías flecha-sig

flecha-antAnterior: Teoría del Capital Social

José Eduardo Jorge (2010): Cultura Política y Democracia en Argentina, Edulp , La Plata, La Plata, Cap.  2, pp. 114-118
Texto editado por el autor en enero de 2016
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José Eduardo Jorge (2016): Teoría de la Cultura Política. Enfocando el Caso ArgentinoQuestion, 1(49), pp. 300-321

José Eduardo Jorge (2015): La Cultura Política Argentina: una Radiografía, Question, 1(48), pp. 372-403.

NOTAS Y BIBLIOGRAFÍA

[1] Otro autor arguye que la variable que mejor predice el desempeño de los gobiernos regionales no es el civismo, sino la participación política automotivada, y que ésta tiene como causas el desarrollo económico y el modelo de distribución de la tierra. Ver Solt, 2004.
[2] Tarrow, 1996, en especial pp. 393-396.
[3] Skocpol, 1999, pp. 32-33.
[4] Putnam, 1993, pp. 184-185.
[5] Skocpol and Fiorina, 1999, p. 4.
[6] Putnam, 1993, p. 185.
[7] Putnam, 2000 y 1995.
[8] Putnam, 2007.