Confianza social

Causas de la confianza
interpersonal: teorías
e investigaciones

Cultura PolíticaJosé Eduardo Jorge

La influencia de la distribución del ingreso. Confianza y desigualdad en América Latina. Posibles relaciones entre la confianza interpersonal y la confianza en las instituciones. La teoría institucional de la confianza de Rothstein y Stolle. Una clasificación de los modelos causales. La investigación empírica. Ir a la Parte 1: Causas y efectos de la confianza. Ver también: Últimos Avances en el Estudio de la Confianza

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Confianza y distribución de la riqueza

Como vimos en los estudios de Knack y Keefer y de Knack y Zak, las comparaciones entre países sugieren con fuerza que la distribución de la riqueza tiene un impacto sobre la confianza interpersonal. Podemos advertir que los países escandinavos, que poseen los niveles más altos de confianza, son también las naciones con una distribución más equitativa del ingreso. América Latina es el ejemplo opuesto: posee muy bajos niveles de confianza y es, al mismo tiempo, la región más desigual del mundo.

Según un estudio del Banco Mundial, en América Latina el promedio del coeficiente de Gini para las décadas de los 70, 80 y 90 fue de 0,505, frente a 0,406 de Asia y 0,330 de los países industrializados que forman parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). El 10% más rico de los latinoamericanos concentraba el 48% del ingreso; el 10% más pobre, sólo el 1,6%. En los países desarrollados estas cifras eran 29,1% y 2,5%. La evidencia sugiere, además, que América Latina ha sido la región más desigual del orbe desde la Segunda Guerra Mundial.[1]

Entre los países latinoamericanos, hay dos naciones que, en forma consistente, se han ubicado en los extremos en los periodos apuntados: Uruguay, el país menos desigual, y Brasil, el más inequitativo. De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el coeficiente de Gini en Uruguay fue 0,455 en 2002, después de alcanzar, desde comienzos de los noventa, un mínimo de 0,430 en 1997. En Brasil el valor era de 0,639 en 2001.[2] Las estimaciones del Banco Mundial difieren de éstas ligeramente y no alteran las posiciones de ambas naciones en el primer y último lugar de la lista.

Ahora bien, en las mediciones de confianza interpersonal de Latinobarómetro, Uruguay ha sido durante largos periodos el país con los niveles más altos de confianza -en el orden del 30%- y Brasil con los más bajos. En relación con la Argentina, el trabajo del Banco Mundial apunta que, mientras la desigualdad creció durante los noventa en la mayoría de las economías de América Latina, nuestro país fue el que experimentó el salto más grande: 7,7 puntos de Gini entre 1992 y 2001.

De acuerdo con los datos de la Encuesta Mundial de Valores (WVS) -que ha relevado solo una parte de las sociedades de la región-, el fenómeno de la baja confianza interpersonal es uniforme en toda América Latina, pero adquiere un carácter agudo en Brasil, cuyos índices de confianza –en general inferiores al 10%- se encuentran entre los más deprimidos del mundo.

Entre los años 90 y principios de la segunda década del nuevo siglo, la confianza, según este sondeo, disminuyó en México, Chile y Uruguay, mientras Argentina no experimentó grandes variaciones y Brasil se mantuvo en pisos mínimos. Desde comienzos de los años 80 y hasta el presente, la línea de tendencia de la confianza interpersonal en la Argentina, aunque los porcentajes fluctúen en las sucesivas mediciones, es prácticamente horizontal en torno del 20%.

Confianza interpersonal y confianza en las instituciones

Se ha planteado que el nivel de confianza interpersonal puede estar relacionado –como causa, efecto o por influencia recíproca- con el que existe en las instituciones. Como en casi toda la región latinoamericana, en la Argentina la confianza en las instituciones ha sido tan baja como la depositada en los demás.

En la perspectiva de Uslaner, ambos tipos de confianza tienen raíces diferentes. La confianza interpersonal y la cooperación suponen unir a la gente. La política, en cambio, es polarizante por naturaleza: implica seleccionar una ideología en lugar de otra. La confianza en el gobierno refleja si la gente tiene una opinión favorable acerca de los que están en el poder y el grado en que está de acuerdo con sus políticas.

Según esto, confiar en el gobierno no ayudaría a confiar más en los demás, pero la confianza entre las personas contribuiría a un mejor funcionamiento de los gobiernos. Se observa que los países con confianza elevada sufren menos corrupción, gastan más en educación y tienen una mejor distribución del ingreso. Para Uslaner, la confianza sería la causa más que el efecto del buen gobierno.

Rothstein y Stolle proponen, por el contrario, una “teoría institucional de la confianza”.[3] Frente a lo que llaman el “modelo centrado en la sociedad” de generación del capital social, que explica la confianza como un producto de las experiencias de organización social de una comunidad en el transcurso de la historia, plantean que las políticas de gobierno y las instituciones del Estado son capaces de crear capital social.

Para ello es necesario que los ciudadanos consideren que el Estado mismo es “confiable”. Si un individuo cree –y supone que los demás creen lo mismo- que el Estado es capaz, de manera justa e imparcial, de garantizar la vigencia de los derechos y de hacer cumplir la ley y los contratos, entonces confiará en “la mayoría de las personas”.

Rothstein y Stolle afirman que la que produce confianza interpersonal no es la confianza en las instituciones de la rama política del Estado –como el parlamento o el presidente-, sino en las que pertenecen a la rama administrativa, como la justicia, la policía y los servicios sociales. Las instituciones políticas en sentido restringido son percibidas como partidarias. La gente confía en el gobierno si simpatiza con el partido en el poder y desconfía en caso contrario. Es improbable que esto se traduzca en confianza en “la mayoría de las personas”.

Pero la justicia y la policía tienen una función especial: identificar y sancionar a las personas que tienen comportamientos oportunistas; que violan los contratos, perciben coimas, practican el clientelismo, roban, cometen estafas u otros delitos; en pocas palabras, que no son confiables.

Cuando los ciudadanos piensan que esas instituciones del Estado intervienen de manera efectiva e imparcial, tienen razones para creer que si alguien actuara de manera oportunista tendría escasas probabilidades de salir indemne. Asumirán por lo tanto que los demás, conscientes del mismo hecho, se abstendrán de cometer ese tipo de infracciones. Y debido a este supuesto, confiarán en “la mayoría de las personas”.

Autores como Uslaner no están de acuerdo con ese argumento y plantean que es la confianza interpersonal la causa de la confianza en el sistema legal. Las sociedades con altos niveles de confianza tienen sistemas legales fuertes, capaces de sancionar al pequeño número de personas que no cumplen la ley.

Mientras Rothstein propone incrementar la confianza mediante la ingeniería institucional, Uslaner apunta que intentar aumentar la confianza “de arriba hacia abajo” –por ejemplo, reformando el sistema legal- es un enfoque equivocado, excepto en el caso de grupos sociales que sufren un tratamiento desigual por parte de la policía y la justicia. Los grupos discriminados pueden generalizar esa experiencia negativa al resto de la sociedad y considerar que no es posible confiar en la mayoría de las personas, pero la mayor parte de la gente no tiene contactos lo bastante frecuentes con la policía o la justicia para que estas instituciones conformen su visión del mundo.

Los primeros estudios comparativos internacionales arrojaron en principio relaciones débiles entre confianza en el gobierno y confianza interpersonal. Esta última, si bien no es inmutable, exhibe una gran estabilidad, mientras que la primera cambia con nuestra percepción del desempeño de las autoridades de turno o las expectativas creadas por una elección.

Las nuevas investigaciones sugieren empero que la confianza interpersonal y la confianza políticala confianza interpersonal y la confianza política estarían después de todo relacionadas. Las instituciones, como exponemos más abajo, crearían un marco dentro del cual las personas y grupos se verían inclinados o no a actuar de manera confiable..

Aún en el marco de la teoría que ve a la sociedad como la fuente principal del capital social, el Estado no sería irrelevante para la confianza, pues, aunque no pudiera hacer demasiado para promoverla, está en condiciones de destruirla. Por ejemplo, un Estado represivo que siembre el miedo y rompa los lazos sociales tendrá el efecto de reducir la confianza entre las personas.

¿Es la confianza un atributo del ambiente social o del individuo?

Al intentar sistematizar las diversas teorías, Newton observa que los orígenes de la confianza generalizada “permanecen en el misterio” y “constituyen un rompecabezas”.[4] Es posible distinguir dos grandes enfoques sobre la confianza.

Uno la concibe como un atributo de los individuos. La confianza sería un rasgo de la personalidad o estaría asociada con características individuales: el género, la educación, la inserción en organizaciones voluntarias y demás. Para comprender la confianza deberíamos estudiar, pues, esas características individuales. En la investigación empírica, nuestras unidades de análisis serían los individuos.

El otro enfoque consiste en entender la confianza como una propiedad del ambiente social en el que vive la gente. Desde este punto de vista, la confianza no sería un atributo de los individuos, sino de las relaciones sociales que éstos establecen entre sí. Los individuos no “poseen” confianza, sino que viven en un clima social de mayor o menor confianza. Al responder si confían o no en la mayoría de la gente, las personas no estarían haciendo una afirmación sobre sí mismos, sino sobre su entorno social. Su respuesta sería el producto de la evaluación que realizan acerca de la “confiabilidad” de la sociedad en la que viven y de la gente que los rodea.

El porcentaje de la población de un país que dice que se puede confiar en la mayoría de la gente es, según esta hipótesis, un indicador realista de la probabilidad de que los ciudadanos de ese país actúen de una manera confiable. La confianza sería un bien colectivo y nuestras unidades de análisis no deberían ser los individuos, sino los sistemas sociales: grupos, comunidades, sociedades o países.

Un supuesto central de esta perspectiva consiste en que la confianza es resultado de la experiencia y cambia junto con ésta. Otra derivación es que las instituciones tienen gran importancia para la confianza, pues crean un marco dentro del cual los individuos se verán inclinados a actuar de una manera confiable o engañosa.

Una administración pública, una justicia y una policía honestas, eficaces e imparciales, proveen un contexto en el que los individuos pueden conducirse de un modo confiable en sus relaciones mutuas y con las instituciones. Una policía deshonesta, un sistema legal injusto y una administración corrupta crean incentivos para que la gente actúe en forma oportunista y trate de engañar al sistema.

De modo que las instituciones –en la medida que sean o no democráticas, eficaces, justas, imparciales u honestas- tendrían la capacidad de crear o destruir la confianza generalizada entre las personas. Es probable que exista influencia recíproca: la confianza interpersonal facilitaría el desarrollo de buenas instituciones y éstas, a su vez, contribuirían a fortalecer y expandir la confianza.

Modelos causales de la confianza interpersonal

Newton clasifica las posibles influencias que darían origen a la confianza generalizada en función de estos dos enfoques generales. Dentro de las teorías que ven la confianza como un atributo de los individuos, se encuentra la perspectiva psicosocial de Uslaner, donde la confianza es un rasgo de la personalidad adquirido en la socialización temprana.

Otro conjunto de causas procede de características del individuo que dependen de su posición en la estructura social: clase, edad, educación, género. Intervienen aquí hipótesis específicas, como la que afirma que la confianza es más probable en aquellas personas que gozan de bienestar –y a las que, por lo tanto, les ha ido bien en la vida-. Inglehart, entre otros, establece una conexión entre confianza y bienestar subjetivo.

Un tercer grupo de influencias procede de las hipótesis de Putnam: los individuos que confían son aquellos que participan en organizaciones voluntarias. Un cuarto punto está dado por la inserción en redes sociales informales: amigos, compañeros de trabajo y otras.

Finalmente, el tamaño de la localidad en que se vive ha sido propuesto como otra causa de la confianza. Para algunos autores –entre ellos Putnam-, en las comunidades pequeñas la confianza es más alta que en las grandes ciudades. Para otros, en las localidades chicas predomina la confianza particularizada –entre los miembros de la comunidad- y la desconfianza en los extraños. Desde este punto de vista, en las urbes de gran tamaño podría haber más confianza generalizada  que en los pueblos chicos.

En el enfoque que concibe a la confianza como un atributo colectivo, entre las posibles causas de la confianza se menciona la homogeneidad social –o, en sentido inverso, las divisiones y los conflictos sociales serían fuentes de baja confianza-. Son cuestiones clave las diferencias de clase social, religión, lenguaje y raza.

Las manifestaciones de conflicto interno suelen estar asociadas con la baja confianza, desde las tasas elevadas de homicidios hasta el caso extremo de la guerra civil. El nivel de riqueza de la sociedad es otro aspecto señalado con frecuencia. Los países escandinavos, por ejemplo, se hallan entre las naciones más prósperas y con indicadores más elevados de confianza.

En este punto es importante distinguir el nivel de análisis, a fin de no cometer lo que en sociología se denomina la “falacia ecológica” (o “del nivel equivocado”). Sería posible, por ejemplo, que las naciones más prósperas tuvieran mayores niveles de confianza que las pobres, pero que, al mismo tiempo, el ingreso y la posesión de bienes no fueran relevantes para la confianza en el nivel individual. En este caso, dentro de las sociedades ricas o pobres, los individuos no confiarían más o menos por el hecho de tener ingresos altos o bajos.

El mismo razonamiento se aplica a la hipótesis de las organizaciones voluntarias: los países con una elevada densidad de asociaciones podrían gozar de índices de confianza más altos que otros donde el asociacionismo es débil, pero a la vez sería perfectamente posible que los individuos que participan en organizaciones civiles no confíen más que el resto.

Además del marco institucional –cuyo potencial impacto ya hemos analizado-, la religión es planteada con frecuencia como una influencia de gran peso. La confianza podría originarse en creencias, valores y prácticas vinculados con la religión. Otros factores puntuales que quizás incidan sobre la confianza son las tasas de accidentes de tránsito –un indicador de la preocupación o indiferencia por la seguridad de las personas-, así como el tamaño absoluto y la densidad de la población.

Desarrollando modelos de regresión con datos de una muestra de 60 países, Delhey y Newton encontraron influencias significativas de la homogeneidad étnica, el nivel y distribución de la riqueza económica –ingreso por habitante, equidad en la distribución del ingreso- y calidad del gobierno –nivel de democracia, índices de transparencia / corrupción-. La religión protestante también exhibía un peso diferencial sobre la confianza. En cambio, la densidad de asociaciones voluntarias no resultó un factor relevante.[5] Las naciones escandinavas reúnen casi todas estas condiciones simultáneamente. .

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José Eduardo Jorge (2010): Cultura Política y Democracia en Argentina, Edulp , La Plata, Cap.  7, pp. 281-287
Artículo actualizado por el autor en: Enero de 2017
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José Eduardo Jorge (2016): Teoría de la Cultura Política. Enfocando el Caso ArgentinoQuestion, 1(49), pp. 300-321

José Eduardo Jorge (2015): La Cultura Política Argentina: una Radiografía, Question, 1(48), pp. 372-403.

NOTAS Y BIBLIOGRAFÍA

[1] De Ferranti et al., 2003, pp. 40-59.
[2] Comisión Económica para América Latina y el Caribe, 2004.
[3] Rothstein and Stolle, 2007 y 2002.
[4] Newton , 2001, p. 16. También Delhey and Newton, 2002.
[5] Delhey and Newton, 2004.