Calidad de la Política y Sociedad Civil

La Comunidad Cívica

Cultura PolíticaJosé Eduardo Jorge

La teoría de Robert D. Putnam II. Características de la Comunidad Cívica. Compromiso cívico, Igualdad Política, Confianza, Tolerancia y Asociaciones Civiles. Relación entre vida cívica, calidad de la política y desempeño institucional. Diferencias entre las regiones más y menos cívicas.Ir a la Parte 1: Capital Social y Democracia

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Las asociaciones civiles y el compromiso cívico

Entre las características de lo que Putnam llama una comunidad cívica ideal, a la que se aproximaría una sociedad con abundancia de capital social, se destacan las siguientes:

♦ El compromiso cívico, que se traduce en la participación de la gente en los asuntos públicos. La virtud cívica no implica necesariamente “altruismo”, sino lo que Tocqueville llamaba “interés propio bien entendido”, el que, definido en el contexto de las necesidades públicas más amplias, implica pensar en los beneficios a largo plazo para el individuo o grupo que surgen de cooperar con los demás. La ausencia de virtud cívica está ejemplificada por el fenómeno del extremo individualismo o del “familismo”[1], que se traduce en la incapacidad de los miembros de una comunidad para actuar juntos detrás de un objetivo común, que vaya más allá del “interés” personal o el de la propia familia. Según Putnam, los ciudadanos de una comunidad cívica están más orientados a los beneficios compartidos; no son santos, pero enfocan el dominio público como algo más que un campo de batalla para la persecución de intereses individuales.

♦ La igualdad política, que entraña los mismos derechos y obligaciones para todos. Una comunidad cívica se caracteriza por relaciones horizontales de reciprocidad y cooperación, no por relaciones verticales de autoridad y dependencia como las que se establecen entre patrones y clientes. No renuncia a las ventajas de la división del trabajo ni del liderazgo político, pero los dirigentes deben ser, y concebirse a sí mismos, como responsables ante los ciudadanos. Una comunidad es tanto más cívica cuanto más se aproxima su política al ideal de la igualdad política entre ciudadanos que siguen normas de reciprocidad y compromiso en el autogobierno.

♦ La solidaridad, la confianza y la tolerancia. En una comunidad cívica, los ciudadanos no sólo son iguales, activos y con espíritu público. También son amables y confían entre sí, aún cuando disientan en cuestiones sustanciales. Esto no implica la desaparición del conflicto, pues los ciudadanos mantienen puntos de vista firmes sobre los asuntos públicos, pero son tolerantes hacia los opositores. La confianza permite superar lo que los economistas llaman “oportunismo”, cuando los individuos desertan de la acción colectiva porque no tienen incentivos para cooperar.

♦ Las asociaciones civiles, que encarnan y refuerzan las normas y valores de la comunidad cívica. Inspirándose en Tocqueville[2], Putnam señala que las asociaciones civiles, formales o informales –tengan o no fines políticos en sentido restringido-, contribuyen a la efectividad y estabilidad del gobierno democrático por sus efectos “internos” sobre sus miembros y por los “externos” sobre la sociedad. Internamente, funcionan como “escuelas de democracia”, pues desarrollan en sus miembros hábitos de cooperación, solidaridad y espíritu público; inculcan las habilidades prácticas que los ciudadanos necesitan para participar de la vida pública -desde organizar reuniones y hablar en público, hasta redactar documentos- y un sentido de responsabilidad por los proyectos colectivos. Cuando los individuos pertenecen a asociaciones en las que confluyen grupos y sectores sociales con distintos objetivos e intereses, sus actitudes tienden a moderarse como producto de las interacciones de grupo. Desde el punto de vista externo, las asociaciones permiten a los ciudadanos agregar, articular y explicitar sus intereses y objetivos con precisión, además de protegerse de posibles abusos del poder.

Desempeño Institucional y Comunidad Cívica

Para evaluar el grado en que la vida política y social de cada una de las regiones italianas se aproximaba a esa representación, Putnam construyó un Índice de Comunidad Cívica, que reunía cuatro indicadores:

1) El número de asociaciones por habitante: deportivas (la gran mayoría), de recreación, científicas, culturales, técnicas, económicas, de salud, de servicio social, etc.;

2) La lectura de periódicos, que refleja el interés de los habitantes por los asuntos públicos; además, Tocqueville ya había mostrado la relación que existía entre la vitalidad cívica, las asociaciones y los periódicos;

3) El nivel de participación electoral en referéndums, un mejor indicador del interés por las cuestiones públicas que el voto en elecciones generales, pues no estaba distorsionado como éstas por el fenómeno del clientelismo en el Sur;

4) El voto de preferencia por un candidato particular, opción “voluntaria” que en los hechos era resultado de prácticas clientelísticas y que se utilizó, por lo tanto, como indicador negativo de comunidad cívica.

Al aplicar el Índice a las 20 regiones estudiadas, Putnam halló que arrojaba una muy elevada correlación (r=0.92) con el Índice de Desempeño Institucional. La región más cívica resultó Emilia-Romaña; la menos cívica, Calabria.

El Índice de Comunidad Cívica explicaba además las más sutiles diferencias de desempeño entre los gobiernos regionales de desempeño alto y entre los de desempeño bajo. Tenía, pues, una capacidad de predicción mayor que el desarrollo socioeconómico, a un punto que, controlando por el Índice de Comunidad Cívica, las relaciones entre desarrollo económico y desempeño institucional desaparecían.

Política y compromiso cívico

En las regiones más cívicas los ciudadanos participaban en numerosas asociaciones, leían más periódicos, confiaban más entre sí y respetaban la ley. Los dirigentes políticos eran relativamente honestos, creían en ideas de igualdad política –como “participación” de la gente en los asuntos públicos- y, si bien no faltaba el conflicto o la controversia, estaban dispuestos a resolverlos.

En las regiones menos cívicas, la vida pública estaba organizada de modo jerárquico, los asuntos públicos eran cosa de “los políticos”, la participación estaba impulsada por el clientelismo o el interés particular y la corrupción era la norma. La política era elitista y los dirigentes se mostraban escépticos con la idea de “participación” de la población.

En ambos grupos de regiones, las actitudes de los dirigentes y de la población parecían ser el reflejo unas de las otras y reforzarse entre sí. Por otro lado, en las regiones cívicas la afiliación sindical era más alta que en las no cívicas; la inserción en los partidos políticos, en cambio, no presentaba diferencias, pues en el Sur era promovida por el clientelismo.

Otros contrastes son reveladores. En las zonas cívicas, eran más improbables las conductas oportunistas: la gente confiaba más entre sí y cumplía con las normas. La vida colectiva se veía facilitada por la expectativa de que los demás probablemente seguirían las reglas, mientras que en las áreas menos cívicas todo el mundo pensaba que los demás las violarían (y, por lo tanto, no las cumplían).

El Sur era el hogar de la Mafia. La desconfianza era generalizada y se manifestaba en dichos populares: “maldito el que confía en otro”; “cuando veas que la casa de tu vecino se incendia, trae agua a la tuya”. Las leyes, dictadas por “los de arriba”, estaban “hechas para romperse”. Cada sector de la sociedad trataba de sacar ventaja a expensas de la comunidad. Las relaciones verticales entre patrones y clientes eran más importantes que la solidaridad horizontal, de modo que los campesinos se hallaban más en guerra entre sí que con aquellos que los explotaban.

En una sociedad desarticulada, comenta Putnam, el clientelismo constituye para sus miembros la mejor opción de supervivencia (aún en el marco de la racionalidad estratégica), pues los individuos, en su aislamiento, carecen de vínculos de solidaridad horizontal fuera de la familia. La Mafia es, precisamente, una estructura clientelar, que surge en el contexto de una desconfianza social extrema y de la ausencia de un Estado creíble que haga cumplir la ley y los contratos (función que la misma Mafia viene a llenar).

Al mismo tiempo, en las regiones menos cívicas existía una gran demanda de orden. La gente pedía que el gobierno aplicara “mano dura”: en ausencia de cooperación, la jerarquía y la fuerza aparecían como la única alternativa a la anarquía. Había, sin embargo, un círculo vicioso: al carecer de la colaboración y la disposición a cumplir por parte de la gente, era casi imposible tener un gobierno “fuerte”, al menos en un contexto democrático. En una comunidad cívica, por el contrario, los gobiernos son fuertes sin esforzarse, porque cuentan con la cooperación de la población.

Putnam enfatiza que la satisfacción con la vida era muy disímil en los dos tipos de regiones. Los habitantes de las áreas menos cívicas se sentían impotentes, explotados e infelices. En contraste con una comunidad más igualitaria y cooperativa, la vida en una comunidad jerárquica y fracturada horizontalmente producía una justificación diaria –aún en los estratos superiores- para los sentimientos de explotación, dependencia y frustración.

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José Eduardo Jorge (2010): Cultura Política y Democracia en Argentina, Edulp , La Plata,, Cap.  2, pp. 99-102
Texto editado por el autor en enero de 2016
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Más Publicaciones Académicas

José Eduardo Jorge (2016): Teoría de la Cultura Política. Enfocando el Caso ArgentinoQuestion, 1(49), pp. 300-321

José Eduardo Jorge (2015): La Cultura Política Argentina: una Radiografía, Question, 1(48), pp. 372-403.

NOTAS Y BIBLIOGRAFÍA

[1] Banfield, op. Cit. En su investigación realizada en los años 50 en la pequeña aldea de Montegrano, en el Sur de Italia, Banfield concluyó que la conducta de los aldeanos se basaba en un principio que denominó “familismo amoral”: maximizar la ventaja material y de corto plazo de la propia familia y suponer que todos los demás harán lo mismo. Para Banfield, la extrema pobreza y el atraso de Montegrano se explicaban por la incapacidad de sus pobladores para actuar juntos en pos de un objetivo común, que fuera más allá de lo que se concebía como el  “interés” de la propia familia.

[2] Afirma Tocqueville: “En los pueblos democráticos, la ciencia de la asociación es la fundamental; el progreso de todas las demás depende del suyo”. En Tocqueville, op. Cit., Tomo II, p. 97. Y también: “No hay país donde las asociaciones sean más necesarias para impedir el despotismo de los partidos o la arbitrariedad del príncipe, que aquel cuyo estado social es democrático. En las naciones aristocráticas, los cuerpos sociales secundarios forman asociaciones naturales que frenan los abusos del poder. En los países donde no existen tales asociaciones, si los particulares no pueden crear artificial y momentáneamente algo semejante no veo ningún otro dique que oponer a la tiranía, y un gran pueblo puede ser oprimido impunemente por un puñado de facciones o por un hombre” (Tomo I, p. 196).