Confianza Interpersonal

Causas y efectos de la
confianza en los demás

Cultura PolíticaJosé Eduardo Jorge

Definición de confianza. Su medición. Confianza generalizada y en personas conocidas. La confianza en el mundo. Impacto de la confianza en la política, la economía y la sociedad. Teorías sobre el origen de la confianza. La participación en asociaciones civiles y el voluntariado. El papel de la experiencia y  de la formación del individuo a edad temprana. Desigualdad social y baja confianza. Efecto de las experiencias colectivas. Ver también: Últimos Avances en el Estudio de la Confianza 

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La confianza interpersonal es un componente central del capital social y una variable clave de la cultura política. Al determinar en gran medida la capacidad de los individuos y grupos de la comunidad para cooperar en la solución de los problemas colectivos, parece tener una influencia significativa en el funcionamiento de la política, en el desarrollo económico y en muchas áreas de la vida social. 

Efectos sociales de la confianza

En los estudios comparativos entre países, los altos niveles de confianza exhiben una relación con la estabilidad de la democracia y el buen desempeño de las instituciones. A la inversa, la baja confianza interpersonal está asociada con la inestabilidad política e instituciones ineficaces y poco transparentes.

También hay indicios de que la confianza contribuye a la prosperidad. [1] Su escasez aumenta los costos de las transacciones económicas y parece limitar el crecimiento de las empresas más allá de las fronteras de la familia.

Se ha observado, además, que existen vínculos entre la confianza e indicadores como la tasa de delitos, la corrupción, los niveles de recaudación impositiva, los accidentes de tránsito, la tolerancia hacia las minorías y la disposición de los ciudadanos a ejercer responsabilidades cívicas.

El indicador más ampliamente utilizado para medir la confianza surge de preguntar a los encuestados: «¿Diría usted que se puede confiar en la mayoría de las personas o que uno nunca es suficientemente cuidadoso en el trato con los demás?». Esta frase fue formulada en 1948 por Elizabeth Noelle-Neumann y desde entonces ha constituido la medida estándar de confianza empleada en los sondeos.

Con la continua expansión de las encuestas transnacionales, los estudios más recientes, basados en datos de una gran diversidad de culturas y niveles de desarrollo, sugieren que la pregunta estándar no es interpretada de la misma manera por los entrevistados de las diferentes sociedades.

Cambia, en particular, el círculo de personas que los encuestados incluyen en la expresión «la mayoría de la gente». Ésta puede referirse en mayor medida al grupo cercano de familiares, vecinos y conocidos, o extenderse también a los extraños y a las personas de otra religión o nacionalidad. La amplitud de este círculo, definido como el «radio de confianza«, varia considerablemente entre los países.

La confianza en la gente “en general” abarca a los terceros desconocidos, no especial o exclusivamente a las personas próximas a nosotros. Este segundo tipo de confianza particularizada tiene consecuencias positivas para el individuo y en las últimas investigaciones ha surgido como una condición necesaria, aunque no suficiente, de la confianza en los desconocidos.

Sin embargo, el grueso de los efectos favorables que se han postulado sobre la estabilidad política, el crecimiento económico a largo plazo y la cooperación social -a pequeña o gran escala-, se refieren a la confianza generalizada, es decir, en los «otros en general“..

En casi todas las sociedades, la confianza tiende a ser un rasgo muy estable, aunque se han observado variaciones significativas en el largo plazo, así como fluctuaciones bruscas a corto plazo debido a cambios en el contexto social, económico o político.

Las sociedades escandinavas han exhibido históricamente los niveles más altos de confianza interpersonal: alrededor de un 60% de la población dice allí confiar en la mayoría de las personas. América Latina y, en menor medida, Europa del Este, son regiones con bajo grado de confianza .

Los sondeos han registrado porcentajes elevados de confianza en China y varios países islámicos, pero estos indicadores parecen estar afectados por el problema del radio de confianza. Cuando se calculan medidas ajustadas de confianza generalizada muchos de estos porcentajes se reducen en forma sustancial.

Fukuyama sostiene que “las leyes, los contratos y la racionalidad económica brindan una base necesaria, pero no suficiente, para la prosperidad y la estabilidad en las sociedades posindustriales. Es necesario que éstas también estén imbuidas de reciprocidad, obligación moral, deber hacia la comunidad y confianza”.

Señala que la caída de la confianza y la sociabilidad en Estados Unidos se ha visto acompañada por el auge del delito violento, la decadencia de las asociaciones civiles, la desintegración de la familia y “el sentimiento generalizado de que ya no se comparten valores ni principios comunitarios”.[2]

Indagando las hipótesis de Putnam con los datos de la Encuesta Mundial de Valores, Inglehart encontró una fuerte correlación entre el porcentaje de confianza interpersonal de una sociedad y los años en que sus instituciones democráticas han funcionado en forma continua. En la mayoría de las democracias más estables, al menos el 35% de la población afirma que “se puede confiar en la mayoría de las personas”.

Inglehart destaca que la estabilidad democrática requiere la emergencia de una “norma de la oposición leal”. Ésta implica que “en lugar de ser vistos como traidores que conspiran para derrocar al gobierno, hay confianza en que los opositores actuarán según las reglas del juego democrático”.[3] Para Inglehart, aunque las instituciones democráticas crean un entorno generalmente favorable para la confianza, es ésta la que forma parte de un síndrome de valores que, una vez arraigado en la población, aumenta la probabilidad de que la democracia emerja y perdure.

Confianza y desarrollo económico          

¿Contribuye la confianza al desarrollo económico? Para explorar esta hipótesis, Knack y Keefer construyeron modelos de regresión apoyándose en los datos de 29 países relevados por la Encuesta Mundial de Valores entre 1981 y 1991.[4]

Concluyeron que la confianza y las normas cívicas de cooperación –medidas por el grado en que la gente justifica o no determinadas conductas no cívicas, como evitar pagar los impuestos o el transporte público- están asociadas con un mejor desempeño económico. Contradiciendo la hipótesis de Putnam, el crecimiento económico no aparece relacionado con la participación de la gente en asociaciones voluntarias.

Por otra parte, la confianza y las normas de cooperación son más fuertes en los países que a) cuentan con instituciones formales efectivas para garantizar el cumplimiento de los contratos, y b) se hallan menos polarizados por divisiones de clase o raza.

Los autores destacan que las actividades económicas en que los agentes dependen de acciones futuras de los otros tienen lugar a un costo menor en entornos de elevada confianza. Son ejemplos la provisión de bienes y servicios a cambio de pagos futuros, las decisiones de ahorro e inversión que dependen de que los gobiernos o bancos no expropien tales activos, los contratos de empleo en tareas difíciles de monitorear.

En las economías donde la confianza es alta, los individuos afrontan menores gastos para protegerse cada vez que realizan una transacción. Hay menos contratos escritos y litigios, los contratos no necesitan contemplar cada contingencia y los agentes no deben pagar coimas o incurrir en gastos especiales para cubrirse de actos ilegales que violen sus derechos.

La baja confianza desincentiva la innovación, pues se requiere tiempo y esfuerzo para vigilar a los socios, el personal o los proveedores. Lo que no es menos relevante, en un entorno de confianza los mercados informales de crédito suelen facilitar la inversión cuando los individuos carecen de activos de garantía o no hay un sistema financiero desarrollado.

Otro importante resultado del estudio de Knack y Keefer es que el coeficiente de Gini –que mide el grado de desigualdad en la distribución del ingreso, con el valor cero como perfecta igualdad y uno como perfecta desigualdad- muestra una fuerte correlación negativa con la confianza interpersonal y las normas cívicas.

La baja confianza se halla pues asociada con la desigualdad social –también cuando ésta se origina en divisiones étnicas o lingüísticas-, lo mismo que con la ausencia de instituciones formales que pongan límites a las acciones arbitrarias del gobierno. Los autores encontraron además que las redes asociativas –medidas por la participación en las organizaciones voluntarias relevadas por la Encuesta Mundial de Valores- no están asociadas con la confianza, las normas de cooperación o el desempeño económico.

Knack y Zak desarrollaron y contrastaron empíricamente un modelo en el que un aumento del 15% en el porcentaje de confianza generalizada de un país incrementa su ingreso per cápita a un ritmo de 1% anual.[5] Concluyen además que la distribución del ingreso es uno de los principales factores que afectan la confianza y, al mismo tiempo, una de las pocas áreas en las que el gobierno podría intervenir para fomentarla. En su modelo, un aumento de un punto del coeficiente de Gini reduce la confianza en 0,76.

Las tres opciones eficientes de política pública para incrementar la confianza son aumentar las transferencias redistributivas y expandir la educación y las libertades civiles. El alto impacto de las transferencias ayuda a explicar, según Zak y Knack, los elevados niveles de confianza en las naciones escandinavas.

Otro estudio comparó 54 regiones europeas y arrojó que las que poseen niveles elevados de capital social “puente” –medido por la densidad de ciertos tipos de asociaciones civiles- tienen tasas más altas de crecimiento que aquellas donde la gente asigna más importancia a las relaciones con los parientes, amigos y conocidos.[6]

Causas de la confianza: la teoría de Putnam

La discusión precedente muestra que la confianza entraña un conjunto de influencias heterogéneas, en cuya compleja interacción no es fácil distinguir causas y efectos. ¿Qué es exactamente esta confianza, de dónde surge y cómo puede promoverse?

Hemos dicho que los mayores beneficios para la sociedad proceden de un grado elevado de confianza en “la gente en general” –que suele llamarse también confianza “tenue”-, más que de la que poseemos en las personas con las que mantenemos vínculos estrechos. De las relaciones con familiares, amigos y otras personas cercanas nace una confianza “densa”, que brinda al individuo apoyo social y psicológico en su vida diaria.

Sin embargo, si este “superadhesivo social” –como lo llama Putnam- predomina en exceso, a nivel de la comunidad, sobre las más tenues pero vitales relaciones entre personas desconocidas, puede tener efectos sociales negativos: se forman grupos cerrados, que muestran confianza en su interior pero desconfianza entre sí; en el balance, la capacidad de cooperación de la sociedad queda resentida.

Putnam establece una diferencia entre el capital social “lazo” o bonding, encarnado en esos grupos homogéneos, y “puente” o bridging, creado por las conexiones entre individuos y grupos heterogéneos de la sociedad. Estas últimas relaciones, más débiles que las establecidas en nuestro círculo cercano, cumplen sin embargo el rol clave de franquear las divisiones sociales y expandir el sentido de comunidad.

La diferencia entre las relaciones de tipo “lazo” y “puente” es análoga a la que existe entre dos clases de confianza. Tenemos confianza “particularizada” cuando depositamos nuestra fe en personas que conocemos o son similares a nosotros, y “generalizada” si confiamos en los «otros en general”. Es esta última forma de confianza, que incluye a las personas que no conocemos –y de cuya escasez adolecen la Argentina y casi todos los países de América Latina- la que parece estar asociada a un mejor funcionamiento del gobierno, la economía y la sociedad.

Según Putnam, la confianza “entraña una predicción sobre la conducta de un actor independiente”. En pequeñas comunidades, este pronóstico se basa en el conocimiento directo entre los individuos, pero en una sociedad compleja se requiere una forma de confianza “más impersonal e indirecta”.[7]

¿Cómo se llega de la confianza personal a la confianza social? En la teoría de Putnam, el mecanismo involucra la interacción de las personas en redes sociales y la existencia de “normas de reciprocidad”. Si hacemos algo por alguien sin esperar una devolución inmediata, sino sólo con la expectativa –incierta en mayor o menor grado- de que el otro hará algo por nosotros en el futuro, esta “reciprocidad generalizada” –distinta del intercambio simultáneo de actos o cosas del mismo valor- se apoya en la confianza mutua.

Estas normas de reciprocidad se crean y refuerzan en las redes asociativas formales e informales caracterizadas por las relaciones horizontales entre sus miembros. Este tipo de redes aumentan los costos de las conductas oportunistas, facilitan la comunicación y el flujo de información sobre la confiabilidad de los individuos, y encarnan los éxitos de las experiencias pasadas de cooperación, que sirven como marco cultural para la colaboración futura.

En cuanto a las relaciones causales entre confianza, redes y normas, Putnam sugiere que los tres aspectos se refuerzan en un círculo virtuoso. Dice, por ejemplo, que “cuanto más grande es el nivel confianza en una comunidad, mayor es la probabilidad de cooperación. Y la cooperación misma alimenta la confianza”.[8]

Una vía para aumentar la confianza sería, entonces, impulsar la creación de redes asociativas de carácter horizontal, en especial las que tienden puentes entre los distintos sectores sociales.

Uslaner: Confianza Moral y Confianza Estratégica

Eric Uslaner no cree que la participación en asociaciones cívicas sea capaz de producir confianza “generalizada” –es decir, en personas que no conocemos-. El núcleo de su argumento es que hay una diferencia entre confianza “estratégica” y “moral”.[9]

En la explicación estándar, la confianza depende del conocimiento que proviene de la información y la experiencia. Confiamos en alguien porque nuestra experiencia previa con él –o la información que sobre él hemos obtenido- nos permite tener expectativas definidas sobre su conducta. Este tipo de confianza es estratégica, de carácter instrumental: si A confía en B y B confía en A, pueden alcanzar un acuerdo a fin de cooperar para beneficio mutuo.

Un solo encuentro no es suficiente para construir este tipo de confianza. A y B tienen que interactuar durante un tiempo –de ahí la importancia de las redes asociativas en la teoría de Putnam- para desarrollar una reputación de mantener su palabra. Su confianza queda limitada, además, a lo que cada uno conoce del otro.

Según Uslaner, esta teoría es incompleta y no explica muchas conductas de confianza. Advierte que confiar “en la mayoría de la gente” implica hacerlo en personas que no conocemos. Y no es posible confiar en extraños basándonos en información anterior: tenemos que suponer que son de fiar. La única base posible para esta suposición es creer que tenemos valores fundamentales en común con esas personas desconocidas. La fuente de la confianza sería entonces la percepción de la existencia de valores compartidos.

La idea procede de Fukuyama: “La capacidad de asociación depende (…) del grado en que los integrantes de una comunidad comparten normas y valores, así como de su facilidad para subordinar los intereses individuales a los más amplios del grupo. A partir de esos valores compartidos nace la confianza”.[10]

La confianza “generalizada”, el cimiento de la sociedad civil, no sería estratégica. No se basaría en la información, en la experiencia, sino que tendría una base moral. La gramática de la confianza estratégica –agrega Uslaner- es “A confía en B para hacer X”; la de la confianza moral, en su forma pura, “A confía”. La primera es confianza en personas específicas; la segunda, en el “otro generalizado”.

Confiamos en “la mayoría de las personas” porque creemos que, aunque difieran de nosotros en muchos aspectos, tenemos valores básicos en común. Las consideramos parte de nuestra comunidad moral y percibimos que compartimos con ellas un mismo destino. Como resultado, nos vemos inclinados a cooperar con los demás, pues vemos en el trato con extraños más oportunidades que riesgos.

Confianza, asociaciones civiles y voluntariado

No sería la participación en asociaciones la fuente de la confianza; sería la confianza la fuente de la participación. Además, la comunidad de valores hace que la gente sienta el deber moral de hacer algo cuando los demás pasan por dificultades de las que no son responsables. Analizando datos de encuestas, Uslaner encuentra que las personas que confían participan más que el resto en actividades de voluntariado y humanitarias, es decir, están más dispuestas a donar tiempo y dinero para mejorar la situación de otros grupos de la comunidad.

De acuerdo con esta teoría, para resolver los problemas de acción colectiva debe existir confianza moral, basada en los valores compartidos. La confianza estratégica lleva sólo a la cooperación entre las personas conocidas y, por lo tanto, no puede solucionar más que problemas de pequeña escala.

La confianza generalizada se basaría principalmente en la confianza moral, aunque tenga algunos fundamentos en la experiencia. Como las personas adquieren sus valores centrales en su socialización temprana, principalmente en el seno de la familia, la confianza en los demás sería una actitud estable por el resto de la vida. Aunque no completamente inmune a las experiencias en la vida adulta, éstas no serían su determinante fundamental.

La participación en asociaciones pone generalmente a los individuos en contacto con otros que son similares a ellos. ¿Cómo habrían de transferir la confianza adquirida en ese contexto a las personas que son diferentes? Además, es raro que esa participación tenga la intensidad y la duración suficientes para modificar los valores fundamentales de las personas.

El círculo virtuoso de Putnam se vuelve, para Uslaner, una “flecha virtuosa”: las personas que confían en los otros “en general” participan más que los desconfiados en grupos que las conectan con gente diferente de ellas. Pero en el caso del resto de los individuos, la mayoría de las actividades sociales en las que están involucrados no serían capaces de crear confianza generalizada, pues están limitadas a personas similares a ellos.

Dos Visiones de la Confianza:
Putnam y Uslaner

La Confianza Interpersonal según Putnam y Uslaner
Fuente: Jorge, José Eduardo (2004): «Los efectos de la baja confianza interpersonal sobre el desarrollo y la vida social», Cambio Cultural, Buenos Aires, Agosto

El voluntariado y las actividades filantrópicas sí parecen crear confianza generalizada, pues suelen conectar con personas diferentes. Pero se necesita confianza previa para involucrarse en estas actividades. Para producir confianza haría falta confianza, lo que sugiere que se trata realmente de una forma de “capital”.

Analizando el perfil de las personas que confían a partir de datos de encuestas estadounidenses, Uslaner encuentra que poseen un sentido de optimismo. Creen que el futuro será mejor que el pasado y que ellas tienen la capacidad de controlar su propio destino. Ven el mundo como un lugar benigno y piensan que, con sus acciones, pueden hacerlo mejor. Perciben una sociedad con valores comunes. Sus ideales son igualitarios: cada miembro de la sociedad vale tanto como otro. Basan su confianza en esta visión, no en la experiencia cotidiana. Asumen las frustraciones como reveses ocasionales: unos pocos desengaños no los harán perder la confianza en la mayoría de la gente.

En los análisis multivariados -con los individuos como unidades de análisis-, los principales predictores de la confianza generalizada son tres “componentes del optimismo”: 1) las expectativas sobre el futuro, medidas, por ejemplo, por la creencia o no en que la vida de la próxima generación será mejor que la nuestra; 2) el sentido de control sobre el propio destino, es decir, la idea de que podemos salir adelante por nuestros propios medios y no sólo por la mera “suerte” o las “conexiones” apropiadas; 3) los valores anti-autoritarios, pues la personalidad autoritaria conlleva generalmente una visión cínica de la naturaleza humana.

Entre las medidas relacionadas con la experiencia de vida suelen tener influencia la educación, la edad y la raza –en Estados Unidos-, pero otras muestran un efecto débil o esporádico: el género, el ingreso, la condición de empleo, el estado civil, los padres divorciados, haber sufrido un delito. La participación en asociaciones voluntarias no es un factor significativo. Las variables subjetivas pesan más que las objetivas.

La educación y la experiencia

La conclusión de Uslaner es que la confianza refleja un sentimiento básico de optimismo y control. Confiar en los otros no es, en lo fundamental, un producto de las experiencias personales, sino de cómo fuimos educados. Sin embargo, la confianza suele cambiar en el largo plazo a nivel de la sociedad general. Además, en algunos estudios de panel, entre un cuarto y un tercio de las personas modificaron su posición sobre la confianza en lapsos de tiempo que iban de un lustro a más de quince años.

Uslaner reconoce que el optimismo –una manera de ver el mundo- debe tener algún punto de anclaje en el mundo real. Los valores de una cultura no son estáticos: cambian en respuesta a las crisis y a los principales sucesos históricos de la sociedad. La confianza podría, entonces, ser alterada por profundas experiencias colectivas.

El autor considera que uno de los aspectos de la realidad que ejercen mayor influencia sobre una visión optimista o pesimista del mundo es el modo como está distribuida la riqueza en la sociedad. La desigualdad económica no sólo aumenta la distancia social: hace que las personas crean que el futuro no será bueno y que no podrán salir adelante por sus propios medios. Este pesimismo fomenta la desconfianza.

La riqueza absoluta de una sociedad sería menos importante que la manera en que está distribuida: es el grado en que el bienestar está extendido el que determina si es racional para las personas confiar o no en los demás. La desigualdad es una propiedad colectiva y no puede ser medida en el nivel individual, pero Uslaner atribuye la caída de la confianza que experimentó Estados Unidos desde la década de los sesenta al empeoramiento de la distribución del ingreso –no, como Putnam, a la disminución del compromiso cívico-.

Uslaner defiende que el gobierno, si desea promover la confianza, debe ser cauteloso con las políticas para que el país se haga rico rápidamente y a cualquier costo, y buscar en cambio una mejor distribución de la riqueza. Recuerda, sin embargo, que en las naciones con bajos niveles de confianza suele haber poca disposición a redistribuir el ingreso, pues la misma desigualdad alimenta el temor y el resentimiento entre los distintos sectores.

Otras experiencias colectivas –grandes crisis políticas y sociales- también podrían tener un impacto sobre la confianza: la reducirían cuando dividen a la sociedad y la aumentarían en caso contrario. Entre las experiencias de carácter individual, una de las que afectarían la confianza es el temor a ser víctima de un delito, basado en la percepción de que nuestro barrio o comunidad se han vuelto inseguros –si bien las personas que confían no cambian su visión del mundo porque sufran un robo ocasional-.

Sigue: Causas de la confianza: teoría y estudios flecha-sig

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José Eduardo Jorge (2010): Cultura Política y Democracia en Argentina, Edulp , La Plata, Cap.  7, pp. 273-281
Artículo ampliado por el autor en: Enero de 2017
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Más Publicaciones Académicas

José Eduardo Jorge (2016): Teoría de la Cultura Política. Enfocando el Caso ArgentinoQuestion, 1(49), pp. 300-321

José Eduardo Jorge (2015): La Cultura Política Argentina: una Radiografía, Question, 1(48), pp. 372-403.

NOTAS Y BIBLIOGRAFÍA

[1] Ver, por ejemplo, Inglehart, 1999 y 1997; Warren, 1999; Knack and Keefer, 1997; Fukuyama, 1996; Knack, 2000a y 2000b; Knack and Zak, 2001; Uslaner, 2000, 2002a, 2003, 2005a, 2005b; Grootaert, 1998; Slemrod, 2001; Newton, 2004 y 2001; Rothstein, 2000; La Porta et al., 1997; Routledge and Amsberg, 2002; Whitely, 2000.
[2] Fukuyama, 1996, pp. 29-30.
[3] Inglehart, 1997, pp. 172-74. y p. 163. También Inglehart, 1999.
[4] Knack and Keefer, 1997.
[5] Knack and Zak, 2001.
[6] Beugelsdijk and Smulders, 2003.
[7] Putnam, 1993, pp. 171-174.
[8] Ibidem.
[9] Uslaner, 2002a.
[10] Fukuyama, 1996, p. 29.