Cambio de Cultura y Cambio Político

Los cambios sociales y el
ascenso de la democracia

Cultura PolíticaJosé Eduardo Jorge

El impacto político del cambio cultural generacional. Relaciones entre economía, cultura y política. El peso de la tradición cultural. Una interpretación modificada de la tesis de Weber. Procesos sociales que conducen a la democracia estable y efectiva. La cultura política de la democracia. Ir a la Parte 1: Inglehart y la Teoría de la Posmodernización

________________

La teoría del cambio intergeneracional de valores de Inglehart tiene una serie de implicaciones concernientes al cambio cultural. En primer lugar, la cultura de una sociedad no es estática: cambia, pero no lo hace rápidamente. Los valores centrales de la sociedad cambian gradualmente, a medida que una generación reemplaza a la anterior. Inglehart enumera algunas de las consecuencias políticas.

Una vez que la sociedad entra en una época de prosperidad –suponiendo que este proceso se sostenga en el largo plazo-, debe transcurrir al menos una década para que los grupos de edad que se formaron en ese periodo se sumen al electorado. Será necesaria otra década para que empiecen a ocupar posiciones de influencia y una tercera para que accedan a cargos de toma de decisiones.

Aunque esto supone un lapso de por lo menos treinta años, la influencia política de los posmaterialistas se hace sentir antes. La sociedad posindustrial se caracteriza por la expansión de la educación superior. Esta es una razón –junto a los mismos valores de autoexpresión y participativos, y a otros factores que veremos en breve- por las cuales los posmaterialistas superan a los materialistas en formación y activismo y, por lo tanto, en influencia política.

La revolución cultural de los años sesenta, los movimientos estudiantiles que florecieron en muchos países industrializados y entre las clases medias de naciones en desarrollo, los cambios en la agenda política –con el surgimiento de temas como el medio ambiente, los derechos de las minorías y demás-, la caída de la confianza en las instituciones políticas tradicionales y de su poder de convocatoria, la proliferación de formas no convencionales de activismo político –petitorios, manifestaciones, etc.-; la emergencia de grupos y organizaciones civiles que canalizan la participación espontánea en torno al feminismo, el ecologismo, los derechos humanos, reflejan todos el impacto en la esfera política del cambio valorativo de las nuevas generaciones.

La influencia de la tradición cultural

Volvamos por un momento a esta teoría de la posmodernización considerada en su conjunto. ¿En qué otros aspectos se aparta de la perspectiva clásica de la modernización?

El autor rechaza explícitamente el determinismo económico o cultural. Las relaciones entre la economía, la política y la cultura son concebidas en términos de causalidad recíproca, como sistemas que necesitan apoyarse mutuamente. Desde este punto de vista, un determinado sistema económico o político requiere un sistema cultural de apoyo; de lo contrario, debería recurrir a la coerción pura, algo que no es sustentable a largo plazo.

La economía industrial, con su énfasis en el crecimiento, la inversión y la producción en masa, precisa individuos motivados por valores materialistas como el trabajo duro, el afán de logro económico y el ahorro, valores que hoy vemos arraigados en naciones asiáticas como China, Corea o Indonesia, que se hallan en pleno proceso de modernización.

Inglehart propone una interpretación modificada de la tesis de Weber: éste se hallaba en lo cierto al plantear que la ética protestante había tenido un papel central en el desarrollo capitalista del norte de Europa, pues removió valores tradicionales que inhibían el progreso económico; el error era pensar que cualquier sociedad, para dar el salto al desarrollo, debía volverse protestante (uno de los varios prejuicios etnocéntricos de algunas formulaciones clásicas de la modernización).

En los países confucianos –e islámicos como Indonesia- que hoy encabezan el proceso de modernización, cambios endógenos en los sistemas de valores han conducido al mismo resultado.

Esto forma parte de una idea más general: si bien es posible plantear una trayectoria general y predecible de cambio social, el legado histórico-cultural de cada sociedad le da un grado de continuidad a su sistema de valores y caracteres propios a su recorrido. En palabras de Inglehart, “nuestra tesis es que el desarrollo económico tiene consecuencias culturales y políticas sistemáticas y, en alguna medida, predecibles. Estas consecuencias no son una ley de la historia, sino tendencias probabilísticas. Una vez que la sociedad se embarca en el proceso de industrialización, hay una alta probabilidad de que ocurran determinados cambios”.

Este proceso impulsa una convergencia de los países en torno a un conjunto similar de valores, pero las “diferentes sociedades siguen trayectorias distintivas (…), en parte porque factores situacionales específicos, como la herencia cultural, también influyen en el modo como se desarrolla una sociedad particular”. El sistema educativo y los medios de comunicación continúan transmitiendo el legado cultural, y ello tiende a dar persistencia a los valores tradicionales, especialmente a los vinculados con la esfera religiosa. [1]

Cambios sociales y democracia

Llegamos entonces a las implicaciones de la teoría para la democratización. La tesis más general es la siguiente: la industrialización –como muestra, por lo demás, la experiencia histórica- no está asociada necesariamente con la democracia –al menos, no con la democracia plena o “efectiva”-, pero ésta se vuelve más probable a medida que la sociedad ingresa en la posmodernización.

La democracia, como sistema político, requiere un sistema cultural de apoyo, arraigado en la población general. Esa cultura política consiste en un conjunto definido de actitudes, basadas en el bienestar subjetivo y en valores que priorizan la autonomía personal, la participación social y política, la confianza en los demás, el respeto por los otros o tolerancia y la diversidad. El síndrome de valores posmaterialistas es el que mejor coincide, según Inglehart, con ese modelo.

Es importante definir exactamente con qué intentamos asociar el tipo de cultura política que acabamos de describir. ¿Lo hacemos con la existencia de democracia en el sentido minimalista, es decir, como realización de elecciones libres, limpias y competitivas? ¿O bien con el nivel o profundidad de la democracia? ¿O con su estabilidad, medida, por ejemplo, por el número de años en que las instituciones democráticas han funcionado sin interrupciones?

Estas distinciones son fundamentales, debido al gran número de países que adoptaron las formas de la democracia en el último cuarto del Siglo XX, pero que no pasan de ser, en muchos casos, democracias electorales (o, a veces, autocracias electorales).

En su obra Modernización y Posmodernización, que data de 1997, Inglehart utilizó los datos de 41 países para construir varios modelos de regresión múltiple, a fin de contrastar las hipótesis sobre las relaciones entre el desarrollo económico (medido a través del producto por habitante), la presencia de valores posmaterialistas en la sociedad, las características de la estructura social (educativa y ocupacional) y la estabilidad de la democracia.[2]

Sus resultados abonan la hipótesis de que el desarrollo económico tiene una correlación positiva con el tiempo en que las instituciones democráticas han funcionado en forma ininterrumpida.

Los datos sugieren que es el desarrollo el que influye sobre la estabilidad democrática, no a la inversa, pero que esa influencia no es directa ni automática, sino que opera por intermedio de los cambios que induce sobre el sistema de valores y la estructura social. Entre las orientaciones culturales, el análisis estadístico revela en especial el peso de dos variables, que ya tuvimos oportunidad de considerar: la confianza interpersonal –medida por el porcentaje de la población que dice confiar “en la mayoría de las personas”- y el bienestar subjetivo, aquí un índice que combina las respuestas a dos preguntas sobre satisfacción con la vida y felicidad personal.

La conclusión es que un país puede adoptar las formas democráticas por distintas causas, pero que los niveles de confianza y de bienestar subjetivo de la sociedad serán de gran importancia para la estabilidad de la democracia instaurada.

Hemos visto el porqué: la confianza, entre otras cosas, aumenta la capacidad de la gente para formar asociaciones y, a nivel de la elite, influye en la conducta de los actores políticos, que pueden confiar en que los opositores, se hallen en el gobierno o fuera de él, respetarán las reglas de juego. En la mayoría de las democracias estables, la proporción de la población que dice confiar en los demás es de por lo menos un 35%.

En cuanto al bienestar subjetivo, ya sabemos que, cuando las personas están satisfechas con su vida, surge un apoyo difuso al sistema institucional, que tiende a estabilizarlo más allá del grado de satisfacción con el gobierno de turno. A la inversa, bajos niveles de bienestar subjetivo pueden desestabilizar el sistema vigente, sea éste autoritario o democrático.

Dentro de este mismo análisis, el desarrollo económico produce, junto al aumento de la confianza y el bienestar subjetivo, cambios en la estructura social igualmente favorables a la democracia. Los principales son la expansión de la educación superior y la transformación del mundo del trabajo, debido especialmente al peso creciente del sector terciario de la economía. Los empleos del sector servicios y de alta tecnología requieren el pensamiento independiente, la toma de decisiones y habilidades de organización y comunicación.

Este tipo de experiencia laboral, sumado a los altos niveles de instrucción y al desarrollo de los medios de comunicación masiva –que aumentan de modo sustancial la información del ciudadano común-, generan un proceso de movilización cognitiva. Los ciudadanos de la sociedad posindustrial se encuentran mucho mejor preparados para la acción política autónoma que los de la era industrial.

Si la población de la época de las chimeneas era movilizada desde arriba por los partidos de masas, las nuevas generaciones del mundo posmoderno, con sus valores de autoexpresión, sus capacidades cognoscitivas y sus recursos materiales y sociales, se caracterizan por la participación autodirigida, que en muchos casos plantea abiertos desafíos a las elites. En los países con regímenes autoritarios, este proceso aumenta las presiones hacia la democratización; en aquellos que ya cuentan con instituciones democráticas, conduce a una profundización de la democracia existente.

La secuencia causal por la que se inclina Inglehart es clara: el desarrollo económico es la fuerza motriz que lleva a cambios definidos en la cultura –y en la estructura social-, y son estos cambios culturales los que crean las condiciones para la emergencia –y la estabilidad- de la democracia.

No sería la instauración de las instituciones democráticas la que, con la práctica que éstas suponen para ciudadanos y actores políticos, lleva al desarrollo de una cultura democrática –lo que sería una hipótesis institucionalista-. Aunque pueda existir alguna influencia en este sentido, la principal dirección causal que se postula es la inversa: la cultura política democrática vendría antes de la democracia estable.

Una vez más, la socialización adulta –por medio del aprendizaje institucional o la experiencia política en general- tendría un peso poco relevante en la conformación de la cultura política.

Del mismo modo, surge que sería el desarrollo económico el que conduce a la democracia, y no al revés. (Claro que no basta ser un país rico para que nazca la democracia, como lo demuestran los estados petroleros del Medio Oriente: es necesario que el desarrollo produzca los cambios sociales y culturales que hemos descrito.) Naturalmente, los modelos de regresión no tienen una interpretación única y es posible plantear otras direcciones causales, pero las conclusiones de Inglehart abren un debate de gran importancia.

La cultura política de la democracia

En estudios posteriores, Inglehart siguió elaborando este análisis. Utilizando datos de 77 países disponibles entre los años 1981 y 2000, encontró correlaciones estadísticamente significativas entre el nivel de democracia de cada sociedad –medido por los puntajes de derechos políticos y libertades civiles de la Freedom House- y el grado en que un conjunto de actitudes y valores pro-democráticos se hallaban difundidos en la población de esas sociedades.

Las variables culturales significativas fueron la confianza interpersonal (porcentaje de la población que confía “en la mayoría de la gente), el bienestar subjetivo (cuyo indicador fue una escala de felicidad personal), la tolerancia (grado en que los entrevistados justificaban la homosexualidad), el activismo político (proporción de personas que firmaron o firmarían un petitorio) y un índice de posmaterialismo (basado en si los encuestados daban más prioridad a la “participación de los ciudadanos en las decisiones de gobierno” y a la “libertad de expresión”, que a los objetivos de “mantener el orden de la nación” y “combatir la inflación”).[3]

En trabajos subsiguientes con Christian Welzel, Inglehart enfocó la relación entre el mismo conjunto de valores –refinando aún más la elección de indicadores- y la democracia efectiva. Para medir esta última, combinó los puntajes de la Freedom House con el Índice de Percepción de la Corrupción de la organización Transparencia Internacional, bajo el supuesto de que la corrupción –o su reverso, la integridad- de las elites políticas es un indicador del grado en que éstas respetan los derechos de los ciudadanos.

La conclusión fue que el efecto de la cultura pro-democrática de la población sobre la democracia efectiva opera fundamentalmente a través de su impacto sobre la conducta de la elite. En otras palabras, los derechos formales que la democracia reconoce en la esfera jurídica son efectivos en la medida en que son respetados por las elites políticas, y la integridad o corrupción de las elites es un signo de su inclinación a respetarlos.

Así, la democracia efectiva puede surgir por dos vías: 1) las elites comparten los valores de autoexpresión difundidos en la sociedad, de modo que su propio marco de creencias les hace respetar los derechos de la gente; o bien, 2) los valores de autoexpresión crean en la población una fuerte motivación para actuar políticamente a fin de hacer valer sus derechos: si la elite no se halla bajo constante presión, tenderá a maximizar su propio beneficio mediante la corrupción.[4]

Es preciso ser cuidadosos con las implicaciones de esta teoría. Como la interpretamos nosotros, la teoría no dice que el desarrollo económico y los cambios culturales y sociales inducidos por él sean indispensables para que una sociedad adopte las formas de la democracia (aunque sí aumentaría la probabilidad de su adopción).

Lo que afirma es que, si ese proceso de cambio no ha tenido lugar, lo más probable es que esa democracia exista más en el papel que en la práctica. En el mejor de los casos, será una democracia electoral, en la que los gobiernos no responden a las preferencias de la gente, los derechos de los ciudadanos no son respetados y la elite política persigue su propio beneficio.

Supongamos, de todos modos, que esa democracia imperfecta se prolonga en el tiempo (la India ha sido formalmente una democracia durante más de medio siglo). La teoría implica que no se convertirá en una democracia plena o efectiva a menos que haya desarrollado antes una cultura política democrática. Más aún, esa cultura surgirá (si lo hace) en el largo plazo, a medida que las sucesivas generaciones sustituyen a las anteriores, y sólo si hay un desarrollo económico sostenido, que produzca los cambios necesarios en la cultura y en la estructura social.

Sigue: Capital Social y Democracia flecha-sig

flecha-antAnterior: Cultura Política y Modernización

José Eduardo Jorge (2010): Cultura Política y Democracia en Argentina, Edulp , La Plata, Cap.  2, pp. 87-93.
Texto actualizado por el autor en enero de 2016
boton-referencia-a

 

Secciones: I  – II – III 

Cambio Cultural
Cultura Política Argentina

Artículos Relacionados

Concepto de Cultura Política

La Cultura Democrática 

Teoría de la Cultura Política I: Un Modelo Integrado

Teoría de la Cultura Política II 

Cultura Política Argentina:

Posmaterialismo y Materialismo en Argentina

Valores de Emancipación o Autoexpresión en Argentina

Capital Social y Confianza en las Instituciones en Argentina

Valores Humanos en Argentina

Argentina y América Latina en la Comparación Internacional:

Índice de Cultura Política Democrática

La Cultura Política de la Democracia en Argentina

La Cultura Política de la Democracia en América Latina Parte 1

La Cultura Política de la Democracia en América Latina Parte 2

De la Primera Época de Cambio Cultural

Las Raíces Culturales de los Problemas Argentinos: 21 de diciembre de 2001

Un Proyecto que Nació con la Crisis de 2001

Teorías de la Cultura Política

La Cultura Cívica de Almond y Verba

Evolución del Concepto de Cultura Política

Cultura Política y Desarrollo Económico: La Teoría de Inglehart I

Cambio de Cultura y Cambio Político: La Teoría de Inglehart II

El Concepto de Capital Social

Capital Social y Democracia: La Teoría de Putnam I

Sociedad Civil y Calidad de la Política : La Teoría de Putnam II

La Influencia de la Historia Institucional: La Teoría de Putnam III

La Teoría del Capital Social: La Teoría de Putnam IV

El Capital Social y la Calidad de la Democracia: La Teoría de Putnam V

 La Confianza Interpersonal: Teorías de la Confianza I

El Estudio de la Confianza Social: Teorías de la Confianza II

Comunidad Cívica y Capital Social: Sociedad Civil y Democracia I

Voluntariado y Política: : Sociedad Civil y Democracia II

El Humanismo Cívico: Sociedad Civil y Democracia III

El Resurgimiento de la Virtud Cívica: Sociedad Civil y Democracia IV

Los Valores Humanos Básicos: La teoría de Schwartz I

La Estructura de los Valores Humanos Universales: La teoría de Schwartz II

Los Valores Culturales de Schwartz: La teoría de Schwartz III

Temas Relacionados

Los Problemas de las Nuevas Democracias

Medios de Comunicación y Cultura Política

Efectos Políticos de los Medios

Medios y Política en Argentina

Redes Sociales y Política en Argentina

Enlaces Externos

Encuesta Mundial de Valores / World Values Survey (WVS)

Más Publicaciones Académicas

José Eduardo Jorge (2016): Teoría de la Cultura Política. Enfocando el Caso ArgentinoQuestion, 1(49), pp. 300-321

José Eduardo Jorge (2015): La Cultura Política Argentina: una Radiografía, Question, 1(48), pp. 372-403.

NOTAS Y BIBLIOGRAFÍA

[1] Inglehart, 2000a, pp. 80-97; Inglehart and Baker, 2000.
[2] Inglehart, 1997, pp. 239-243.
[3] Inglehart, 2003.
[4] Welzel and Inglehart, 2008; Welzel et al., 2003.